Los asalariados, como es obvio, son todas aquellas personas que mediante la prestación de su trabajo, reciben una contraprestación de un salario. Da igual que sea un trabajador agrícola que un trabajador industrial o un alto cargo en una empresa.
Su salario regularmente, va en consonancia con su productividad, y si el empresario le paga a 5 euros por hora trabajada, es porque al menos produce 6 euros, ya que de no ser así, no le pagaría 5 euros, intentaría ajustar su salario para obtener una plusvalía suficiente para que la explotación agraria o la producción fabril, le sea rentable al capital invertido.
La mayoría de las veces el salario no va en consonancia con el esfuerzo que el trabajador realiza, puesto que aunque parezca un contrasentido, a mayor esfuerzo físico, menor salario recibe.
Los medios de producción que el empresario pone al alcance del trabajador son obsoletos y por lo tanto la productividad obtenida, no es la resultante del mayor o menor esfuerzo del trabajador, sino de la mala organización y de la baja inversión en nuevas máquinas herramientas, para optimizar la productividad.
En la productividad del trabajador, se deben incluir las cargas sociales, es decir que las cotizaciones a la Seguridad Social que el empresario ha de pagar a la Tesorería Territorial o Mutua Laboral, para las contingencias comunes, accidentes de trabajo, formación profesional , desempleo, fondo de garantía salarial, las obtiene de lo que produce el trabajador. El empresario, no paga nada de su capital invertido, sino de los rendimientos del trabajador.
Existen empresarios desaprensivos, y más en tiempos de crisis, que no cumplen con la legislación vigente. No pagan los salarios de acuerdo con las tablas salariales de los Covenios Colectivos, e incumplen con sus obligaciones de que todo trabajador figure en Alta en la Seguridad Social, y que quieren obtener plusvalías de la verdadera explotación del trabajador.
El ejemplo más reciente lo tenemos en la panadería en la que el boliviano Franns Rilles Melgar, de 33 años, al caérsele un plástico, se le quedó enganchado el brazo izquierdo en la máquina.Tras el incidente, el jefe del joven lo subió a su vehículo e intentó llevarlo al hospital San Francisco de Borja de Gandia, aunque unos 50 metros antes de llegar lo obligó a bajar y lo abandonó en plena calle, mientras se desangraba. Un viandante ayudó al joven a llegar al servicio de Urgencias del hospital, donde los médicos no pudieron hacer nada por reimplantarle el brazo, dado que el empresario que había regresado a la fábrica, después de limpiar la sangre del lugar, tiró el brazo a un contenedor de basura. Franns Rilles trabajaba en esa empresa desde hacía dos años con jornadas de 12 horas diarias, sin contrato y por un sueldo de 23 euros diarios.
3 comentarios:
Los empresarios son como los vampiros, te mantienen en el puesto de trabajo hasta que no te dejan ni gota de sangre. Y luego te tiran a la puta calle como aun perro para que termines de desangrarte.
Eso... Eso.. Que los Empresarios y el Capitalismo que nos la chupen.
La historia de cómo se destruye el cuerpo del trabajador y se acorta su vida no puede ser planteada como un conjunto de datos, estadisticas, porcentajes, como si la enfermedad y la muerte en el trabajo fuera un problema técnico-legal. El trabajador boliviano sin su brazo en la basura se asemeja a aquel trabajador engullido, digerido y escupido por los engranajes de la maquinaria que refleja Chaplin en “Tiempos Modernos”; nietos un poco más lustrosos y con mando a distancia, saliendo del supermercado, con un futuro impredecible, es decir sin futuro que siguen muriendo aplastados, quemados, intoxicados, reventados.
El proceso mediante el cual unos obtienen plusvalía y beneficios, al mismo tiempo que otros encuentran la enfermedad y la muerte allí donde fueron a buscar un salario está descrito hace muchos años. Es lo que siempre se ha conocido como lucha de clases que algunos postmodernos, incluso de izquierdas dicen que no existe. Que se lo pregunten al brazo del trabajador en la basura o al trabajador sin brazo en el hospital. Las formas de enfermar y morir en el trabajo no han cambiado sustancialmente. Eso si, ahora estamos rodeados de grupos de sabios, de expertos, de observatorios “independientes” que buscan y rebuscan métodos de ingeniería estadística que confirmen las hipótesis de quien les paga. “Todo va bien, se están reduciendo los accidentes y enfermedades en el trabajo”.
Sien embargo en España se han registrado “oficialmente” más de 15.000 muertos y 135.000 heridos graves en accidentes de trabajo a lo largo de los últimos diez años, que se concentran casi exclusivamente en colectivos de riesgo vulnerables e invisibles ( pobres, inmigrantes, mujeres, precarios ,etc.).
Por otra parte, el accidente de trabajo es la punta del iceberg de las condiciones de trabajo. Lo más grave es lo que no se ve, aquello que se oculta: el sufrimiento y la enfermedad. Diversos estudios epidemiológicos concluyen que cada año en España se producen 16.000 muertes por enfermedad profesional. Para el Ministerio de Trabajo sin embargo vivimos en el mejor de los mundos ya que según sus estadísticas, el número de muertos por enfermedad de origen laboral es CERO.
La insensibilidad social hace ver como normal que cada año mueran en el mundo 2.3 millones de trabajadores a cambio de un sustento para si y sus familias. ¿Cómo soportaría nuestra sociedad que cada día murieran dos banqueros, un gran empresario, o tres ejecutivos de Walt Street.? Pareciera que nos hemos vuelto, nos han vuelto analfabetos emocionales.
Ante tanto sufrimiento, enfermedad y muerte, es necesario llegar a la caja negra que nos permita averiguar las causas verdaderas de homicidios y/o asesinatos de corporación como son calificados estos hechos en otros países.
No podemos asistir por más tiempo al escándalo social que supone la insumisión permanente a la ley por parte de un colectivo muy especial de españoles que provocan el deterioro y la muerte de miles de trabajadores ante el silencio y el miedo de los corderos (las víctimas).
Han pasado años de cuando John Henry cantaba “un ser humano no ha de ser otra cosa que ser humano”. El hecho dramático es que mientras el brazo del trabajador era seccionado, la máquina de la panadería seguía con su bombeo rutinario.
No hay justificación ética, social, ni económica de tanto sufriemiento, enfermedad y muerte a cambio de un salario.
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