09 octubre 2009

CARENCIA DE JUSTA MEDIDA

Nuestra cultura se caracteriza por el exceso en casi todos los ámbitos de la vida: exceso en la utilización de los recursos naturales, en la explotación de la fuerza de trabajo, en la especulación financiera, en la acumulación de riqueza. La crisis actual es en gran parte fruto de este exceso.

El historiador inglés Arnold Toynbee en sus estudios sobre el nacimiento y muerte de las civilizaciones señala que éstas entran en colapso cuando el exceso, en más o en menos, empieza a dominar. Es lo que estamos viendo actualmente. De ahí la importancia de reflexionar sobre la justa medida, que acaba siendo sinónimo de sostenibilidad.

La justa medida tiene que ver con lo óptimo relativo, es decir, con el equilibrio dinámico entre el más y el menos. Por una parte, toda medida es sentida negativamente como límite a nuestras pretensiones. De ahí nace la voluntad y hasta el placer de violar el límite. Y por la otra, es sentida positivamente como la capacidad de usar en forma moderada potencialidades que pueden dar otro rumbo a la historia y así garantizar la continuidad de la vida.

Veamos rápidamente el lugar de la justa medida en algunas de las grandes culturas que conocemos.

En las culturas de la cuenca del Mediterráneo, especialmente entre los egipcios, griegos, latinos y hebreos la búsqueda de la justa medida era central. Lo mismo se da en el budismo y en la filosofía ecológica del Feng Shui chino. Para estas tradiciones el símbolo era la balanza y las respectivas divinidades femeninas, tutoras del equilibrio.

La diosa Maat era la personificación de la justa medida para los egipcios. Bajo su responsabilidad estaba la medida política que permitía que todo fluyera equilibrada y armoniosamente. Pero los sabios egipcios pronto percibieron que ese equilibrio solo era sostenible si la medida exterior correspondía a la medida interior. En caso contrario, impera el legalismo. Hoy sabemos que su visión influyó fuertemente en el pensamiento griego y latino e hizo que una de las características fundamentales de la cultura griega fuese la búsqueda insaciable de la medida (metrón en griego, de donde viene nuestro metro). Es clásica la formulación, verdadera regla de oro: «la perfección está en la justa medida de todas las cosas».

La diosa Némesis, venerada por griegos y latinos, correspondía a la diosa Maat de los egipcios. Representaba la justicia divina y la justa medida. Quien osase sobrepasar la propia medida (eso se llamaba hybris = arrogancia y presunción exacerbadas) era inmediatamente fulminado por esta divinidad. Así, por ejemplo, los campeones olímpicos que, como en los días actuales, se dejaban endiosar por sus admiradores; también los escritores y artistas que permitían su divinización por causa de sus obras.

La Biblia judeocristiana formula, a su manera, la búsqueda de esta medida: Se basa en el reconocimiento del límite infranqueable entre el Creador y la criatura. Ésta jamás podrá traspasar ese límite y ser como Dios. La gran tentación formulada por la serpiente a Adán y Eva en el paraíso terrenal era: si traspasaban el límite serían como Dios. Lo traspasaron y recibieron el castigo: la expulsión del paraíso. Pecado es no aceptar la situación de criatura, es rechazar ese límite y esa medida, es intentar elevarse a la altura divina.

A pesar de la expulsión, la misión de cultivar y guardar el jardín del Edén continuó. Aquí se anuncia una medida de valor siempre actual: el ser humano puede intervenir en la naturaleza siempre que esté orientado por la medida del cuidado, pues «cultivar» expresa el cuidado esencial y «guardar» es sinónimo de garantizar la sostenibilidad.

Pero hay que preguntar: ¿Quién garantiza la sostenibilidad? Se han señalado muchas fuentes inspiradoras, generalmente indicadas como únicas: la naturaleza o la razón universal o la sabiduría de los pueblos o las religiones y la revelación contenida en la Biblia judeocristiana, o en el Corán o en las Upanishads o en el Tao, y otras.

Hoy estamos cada vez más convencidos de que nada puede ser reducido a una única causa (monocausalidad) o a un único factor, pues nada es lineal y simple. Todo es complejo y está entretejido de inter-retro-relaciones de redes de inclusiones. Por eso necesitamos articular todas esas instancias y algunas otras. Juntas, deben ayudarnos a encontrar una justa medida adecuada, pues todas aportan alguna luz y comunican alguna verdad. Sabiduría es asumir estas verdades que potencian el equilibrio y permiten que la vida viva y evitan conflictos innecesarios.

La pregunta para nosotros hoy es: ¿Cuál es la justa medida de intervención en la naturaleza que por un lado preserve el capital natural, y por el otro nos comporte beneficios? Por no haber encontrado todavía la formula, estamos patinando en la crisis.

Leonardo Boff

INVASION

Imaginen una noche en la que el cielo parece una lona negra, una cubierta opaca, un techo hondo, sin un solo punto de luz. Invisible gracias a la oscuridad reinante, y silenciosa, debido a su tecnología, una nave extraterrestre atraviesa el cielo y se posa con suavidad en algún paraje solitario de la Comunidad Valenciana. Tras unos segundos de quietud, se abre una puerta-rampa por la que descienden Francisco Camps, vestido con la versión platónica de un traje de Milano; Ricardo Costa, enfundado en una camisa arquetípica de Lacoste (y con un Franck Muller que canta más que la propia nave); y Rita Barberá, con un cardado canónico en la cabeza y un bolso de Louis Vuitton en el brazo. En efecto, vienen a conquistar la Tierra y los han disfrazado de acuerdo a informaciones parciales que los extraterrestres tienen de nosotros. No obstante, y por si se hubieran pasado con la caracterización, los hacen descender en un lugar donde la afición a las fallas ha borrado la frontera entre la caricatura y la realidad.

El caso es que el curita típico, el pijo modelo y la mujer de rompe y rasga ejemplar logran, pese a su amaneramiento, ganarse la confianza de la población a la que pretenden someter. Completada la seducción, empiezan a lanzar esporas que arraigan en cabezas como la de Álvarez Cascos, la de Ana Botella, la de Alejandro Agag, la de Bárcenas, la de Aznar, todas ellas, observadas desde la perspectiva que da el tiempo, un poco marcianas. Como todos los colonizadores, se sirven para alcanzar sus objetivos de aborígenes sin escrúpulos tipo Paco Correa, De la Rúa o El Bigotes. El asunto ha hecho metástasis por doquier y aún no conocemos el número de cabezas infectadas. Pero peor hubiera sido que conquistaran el palacio de la Moncloa y desde él hubieran invadido el mundo (de hecho, Camps ya se había fijado en Obama).

JUAN JOSÉ MILLÁS