El 2 de febrero de 2007, al oír en Paris los resultados del estudio sobre el calentamiento global dados a conocer por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), el entonces presidente Jacques Chirac dijo: «Como nunca antes, tenemos que tomar la palabra revolución al pie de la letra. Si no lo hacemos, ponemos en peligro el futuro de la Tierra y de la Humanidad». Antes de él, otras voces, como la de Gorbachev y la de Claude Lévy Strauss -poco antes de que falleciera- advertían: «o cambiamos de valores civilizatorios o la Tierra podrá continuar sin nosotros».
Este es el punto ocultado en los foros mundiales, especialmente en el de Copenhague. Si se reconociera abiertamente, implicaría la autocondena del tipo de producción y de consumo con su cultura mundialmente vigente. No basta que el IPCC diga que, en gran parte, el calentamiento ahora irreversible está producido por los seres humanos. Ésta es una generalización que esconde a los verdaderos culpables: los hombres y mujeres que formularon, implantaron y globalizaron el modo de producción de bienes materiales y los estilos de consumo que implican depredación de la naturaleza, clamorosa falta de solidaridad de las generaciones actuales con las futuras.
De poco sirve gastar tiempo y palabras en encontrar soluciones técnicas y políticas para disminuir los niveles de gases de efecto invernadero si seguimos manteniendo este tipo de civilización. Es como si una voz dijese: «pare de fumar, si no va a morir» y otra voz dijese lo contrario: «siga fumando pues ayuda a la producción que ayuda a crear empleos que ayudan a garantizar los salarios que ayudan al consumo que ayuda a aumentar el PIB». Y así alegremente, como en los tiempos del viejo Noé, vamos al encuentro de un diluvio pre-anunciado.
No somos tan obtusos como para decir que no necesitamos la política y la técnica. Las necesitamos mucho, pero es ilusorio pensar que la solución está en ellas. Hay que incluirlas en otro paradigma de civilización que no reproduzca las perversidades actuales. Por eso, no basta una ecología ambiental, que ve el problema en el ambiente y en la Tierra. Tierra y ambiente no son el problema. Nosotros somos el problema, el verdadero Satán de la Tierra, cuando deberíamos ser su ángel de la guarda. Entonces es importante hacer, como decía Chirac, una revolución. ¿Pero cómo hacer una revolución sin revolucionarios?
Necesitan ser suscitados. ¡Y qué falta nos hace un Paulo Freire ecológico! Él decía sabiamente algo que se aplica a nuestro caso: «No es la educación la que va a cambiar el mundo. La educación va a cambiar a las personas que van a cambiar el mundo» Necesitamos estas personas revolucionarias, si no, preparémonos para lo peor, porque el sistema imperante está totalmente alienado, se ha vuelto estúpido, arrogante y ciego frente a sus propios defectos. Es la tiniebla y no la luz del túnel donde nos encontramos.
En este contexto invocamos una de las cuatro tendencias de la ecología (ambiental, social, mental, integral): la ecología mental. Trabaja con lo que pasa por nuestra mente y nuestro corazón. ¿Cuál es la visión del mundo que tenemos? ¿Qué valores orientan nuestra vida? ¿Cultivamos una dimensión espiritual? ¿Cómo debemos relacionarnos con los otros y con la naturaleza? ¿Qué hacemos para conservar la vitalidad y la integridad de nuestra Casa Común, la Madre Tierra?
Unas pocas líneas no dan para trazar el diseño principal de la ecología mental, cosa que hemos hecho en varias obras y vídeos. El primer paso es asumir el legado de los astronautas que vieron la Tierra desde fuera de ella y se dieron cuenta de que Tierra y Humanidad forman una entidad única e inseparable, que es parte de un todo cósmico. El segundo es saber que somos Tierra que siente, piensa y ama, por eso homo (hombre y mujer) viene de humus (tierra fecunda). El tercero, que nuestra misión en el conjunto de los seres es la de ser los guardianes y los responsables del destino feliz o trágico de esta Tierra, hecha nuestra Casa Común. El cuarto es que junto con el capital natural que garantiza nuestro bienestar material, debe venir el capital espiritual, que asegura aquellos valores sin los cuales no vivimos humanamente, como la buena voluntad, la cooperación, la compasión, la tolerancia, la justa medida, la contención del deseo, el cuidado esencial y el amor.
Éstos son algunos de los ejes que sustentan un nuevo ensayo civilizatorio, amigo de la vida, de la naturaleza y de la Tierra. O aprendemos estas cosas por convencimiento, o lo haremos por padecimiento. Éste es el camino que la historia nos enseña.
Leonardo Boff
2010-01-08
08 enero 2010
SUEÑOS DE JUAN JOSE MILLAS
Yo quiero estar imputado, como Camps, para ser feliz, para reír con la franqueza con la que ríe él, para divertirme a la entrada y a la salida de los juzgados, para que la gente me aplauda y me jalee como a un actor de moda, para que la alcaldesa de Valencia o cualquier otra se muera por acompañarme, del brazo, a los tribunales de justicia. Tengo derecho a ser feliz, a que me regalen trajes y entradas para el circo, lo mismo que a mi señora y a mis hijos. Yo quiero que mis defectos se hagan públicos y que a
la gente le parezcan normales, del mismo modo que parece normal no usar para nada las tarjetas de crédito.
- Querida, te cojo doce mil euros de la caja de la farmacia, para hacerme unas chaquetas.
- Vale, corazón, pero no pidas factura, que estoy de papeles hasta el gorro.
Yo quiero que las bolsas de plástico con las que la gente me ve ir y venir por la calle estén llenas de billetes de 500 euros y no de judías verdes o lechugas.
Yo quiero pagar al contado mis viajes a Sudáfrica (8.000 euros) y devolver 300.000 en billetes de 50 sin que a nadie le parezca raro. ¿Qué pasa? ¿Son obligatorias las transferencias?
Yo quiero estar a gusto conmigo mismo, con mi conciencia, como Trillo, que no tiene remordimiento alguno por lo del Yak 42. Lo malo es que yo no he estado implicado en nada raro, ni en estafas, ni en muertes, ni en cohechos, ni en maquinaciones para alterar el valor de las cosas, sólo en pequeñas miserias, en tonterías de andar por casa, en mezquindades que no llaman la atención de los jueces, que no van a ningún sitio. Y por eso, sospecho, sufro de tantos problemas de conciencia y de tantas dificultades para ser feliz. No tengo amiguitos como El Bigotes, como Correa, no frecuento los bajos fondos. Del trabajo a casa y de casa al trabajo, perra vida. Por eso Rita Barberá no me llama para acompañarme al juzgado y echar unas risas por el camino, como los actores cuando atraviesan la alfombra roja.
Yo quiero ser un chorizo, no por los trajes, ni por los viajes a Sudáfrica ni por los 300.000 euros que me dan un día y devuelvo al siguiente en bolsas del supermercado, sino para que la gente me quiera más.
la gente le parezcan normales, del mismo modo que parece normal no usar para nada las tarjetas de crédito.
- Querida, te cojo doce mil euros de la caja de la farmacia, para hacerme unas chaquetas.
- Vale, corazón, pero no pidas factura, que estoy de papeles hasta el gorro.
Yo quiero que las bolsas de plástico con las que la gente me ve ir y venir por la calle estén llenas de billetes de 500 euros y no de judías verdes o lechugas.
Yo quiero pagar al contado mis viajes a Sudáfrica (8.000 euros) y devolver 300.000 en billetes de 50 sin que a nadie le parezca raro. ¿Qué pasa? ¿Son obligatorias las transferencias?
Yo quiero estar a gusto conmigo mismo, con mi conciencia, como Trillo, que no tiene remordimiento alguno por lo del Yak 42. Lo malo es que yo no he estado implicado en nada raro, ni en estafas, ni en muertes, ni en cohechos, ni en maquinaciones para alterar el valor de las cosas, sólo en pequeñas miserias, en tonterías de andar por casa, en mezquindades que no llaman la atención de los jueces, que no van a ningún sitio. Y por eso, sospecho, sufro de tantos problemas de conciencia y de tantas dificultades para ser feliz. No tengo amiguitos como El Bigotes, como Correa, no frecuento los bajos fondos. Del trabajo a casa y de casa al trabajo, perra vida. Por eso Rita Barberá no me llama para acompañarme al juzgado y echar unas risas por el camino, como los actores cuando atraviesan la alfombra roja.
Yo quiero ser un chorizo, no por los trajes, ni por los viajes a Sudáfrica ni por los 300.000 euros que me dan un día y devuelvo al siguiente en bolsas del supermercado, sino para que la gente me quiera más.
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