05 septiembre 2009
JUERGA EN LA SELVA
Amarula, proviene de un arbol africano (Sud África), su fruta contiene cuatro veces mas vitamina C que la naranja. Su graduación alcohólica es del 17%. El sabor es (por lo que dicen) parecido al del Baileys, pero con un toque afrutado, una vez que se desprende del arbol, alcanza 17 grados de alcohol ¿Quen dijo que en plena naturaleza no hay 'juergas'?
GRIPE A: DEFINICION
Aunque parezca increíble, la política seguida por la Organización Mundial de la Salud y por el Ministerio y las Consejerías de Sanidad de España sugiere ignorancia, irresponsabilidad, maldad y/o malicia. Así: El nombre, gripe A, que desvía la atención de su origen, los cerdos de EEUU (no Méjico). Es gripe porcina.
La confusión continua entre contagiosidad y gravedad. Es una gripe más suave que la gripe estacional. Al relatar "en directo" cada muerte por gripe A se olvida que en España llegan a morir cada día más personas de gripe estacional que en este medio año de gripe A. Además, tenemos la experiencia del invierno austral que confirma la benignidad de la gripe A.
Las continuas insinuaciones de "olas" de contagio, de "posibles mutaciones", de "creciente agresividad", en contra de los datos históricos de las pandemias gripales desde 1510 a la actualidad. Organizar los servicios con esas insinuaciones es como preparar mañana la Tierra por si nos invade Marte. Se están empleando ingentes recursos que se detraen de la atención de pacientes sin gripe A. Es una imprudencia, cuando menos.
El uso de porcentajes, que ponen la amenaza de muerte por gripe A en la nuca de jóvenes, niños, embarazadas y obesos cuando en realidad la mortalidad en estos grupos será menor (en cifras absolutas) que en la gripe de todos los años.
Se promociona el diagnóstico rápido, el tratamiento antiviral, la vacuna y la mascarilla si hablar de su escasa eficacia y de sus efectos adversos. La vacunación contra una versión previa de esta gripe A, gripe porcina de EEUU, en 1976, desencadenó tal epidemia de afectación neurológica que hubo que parar la campaña (fue peor el remedio que la enfermedad).
El olvido del poder de la atención clínica y de los antibióticos para atender a los pacientes con complicaciones. El desarrollo e implantación de protocolos de aislamiento y separación de enfermos, sin fundamento científico.
El olvido de los marginados, hacinados, desnutridos y pobres, cuando ya sabemos que son los verdaderos "grupos de riesgo".
*Juan Gérvas es médico de familia y profesor de Salud Pública en la UAM
La confusión continua entre contagiosidad y gravedad. Es una gripe más suave que la gripe estacional. Al relatar "en directo" cada muerte por gripe A se olvida que en España llegan a morir cada día más personas de gripe estacional que en este medio año de gripe A. Además, tenemos la experiencia del invierno austral que confirma la benignidad de la gripe A.
Las continuas insinuaciones de "olas" de contagio, de "posibles mutaciones", de "creciente agresividad", en contra de los datos históricos de las pandemias gripales desde 1510 a la actualidad. Organizar los servicios con esas insinuaciones es como preparar mañana la Tierra por si nos invade Marte. Se están empleando ingentes recursos que se detraen de la atención de pacientes sin gripe A. Es una imprudencia, cuando menos.
El uso de porcentajes, que ponen la amenaza de muerte por gripe A en la nuca de jóvenes, niños, embarazadas y obesos cuando en realidad la mortalidad en estos grupos será menor (en cifras absolutas) que en la gripe de todos los años.
Se promociona el diagnóstico rápido, el tratamiento antiviral, la vacuna y la mascarilla si hablar de su escasa eficacia y de sus efectos adversos. La vacunación contra una versión previa de esta gripe A, gripe porcina de EEUU, en 1976, desencadenó tal epidemia de afectación neurológica que hubo que parar la campaña (fue peor el remedio que la enfermedad).
El olvido del poder de la atención clínica y de los antibióticos para atender a los pacientes con complicaciones. El desarrollo e implantación de protocolos de aislamiento y separación de enfermos, sin fundamento científico.
El olvido de los marginados, hacinados, desnutridos y pobres, cuando ya sabemos que son los verdaderos "grupos de riesgo".
*Juan Gérvas es médico de familia y profesor de Salud Pública en la UAM
ARTICULO DE DON ALFONSO USSIA
Anteayer, después de escribir del atentado de Burgos, me escapé al monte. Odio la playa en verano, el cielo estaba cubierto, y refugié mi indignación en el hayedo del Jilguero, en el valle de Cabuérniga. Sube una senda entre hayas erguidas hasta donde se abren los altos prados, después de atravesar el pequeño dominio de los abedules. No hay cobertura telefónica por aquellos caminos, que son del lobo y del corzo, en pleno corazón del Saja. En un tiempo, no lejano pero irrecuperable, el hayedo sentía el canto de amor del urogallo, el más presumido, asombroso y escaso señor de nuestros bosques norteños. Concluido el largo paseo, ya de vuelta por la carretera, oí en la radio lo de Mallorca. El crimen de Mallorca. El asesinato de dos hombres buenos en Mallorca. Un crimen asqueroso y cobarde del terrorismo vasco, que es un terrorismo más infame que otros, porque es de maricones a la antigua usanza, de muerte abandonada en una bomba-lapa y explosionada en la lejanía, o calculada para destrozar cuando los criminales pueden estar disfrutando de su perversidad en una cala azul, la piscina de un club o tirándose a sus madres en la «suite» del mejor hotel de la isla.
Hijos de puta. Los que matan y los que ordenan las muertes. Hijos de puta los que celebran y los que cobijan las culminaciones sangrientas del terrorismo vasco, y escribo vasco porque así es, aunque a muchos, a mi principalmente, me hiera en el alma hacerlo. Hijos de puta los que piensan que los muertos y sus familias son equiparables a los asesinos y las suyas. Hijos de puta los que enaltecen a quienes han hecho de la vieja Euskalerría, la Euskal-Herría con «h» inventada de hoy. Hijos de puta los que, sabiendo dónde estaban y en qué lugares del País Vasco vivían tranquilos y sonrientes, nada hicieron para perseguir o detener a los asesinos. Al fin y al cabo, «no está bien luchar contra los nuestros». Hijos de puta los que usan de la Santa Cruz para establecer comparaciones y distribuir las culpas y los motivos equitativamente. Por supuesto que la Iglesia vasca está compuesta por centenares de sacerdotes ejemplares, pero también del mismo número de prelados, arciprestes, párrocos y fieles a los que llamar «hijos de puta» en su acepción de maldad no traspasa la frontera de la definición. Hijos de puta los que mantienen voluntariamente con su dinero a los asesinos, que no son otra cosa que trabajadores de una industria vasca dedicada al crimen, y muy rentable, por cierto. Hijos de puta los que se ofrecen a mediar en negociaciones insoportables para la dignidad de un Estado de Derecho. El cura irlandés ese, y el mamaraché argentino con su Premio Nobel, y la gorda asquerosa del pañuelo anudado a la cabeza que viaja en primera clase por todo el mundo sembrando el odio. Hijos de puta los gobernantes que toleran la presencia de los terroristas en sus países. Hijo de puta, con carácter retroactivo, pero siempre presente para los que tenemos memoria, Su Majestad Imperial Valerý Giscard D’Estaign, que abrió los brazos generosos de Francia a todos los criminales de la ETA, y a sus cómplices, y a sus instructores de destrucción y muerte. Y honor, inmenso honor, proclamado entre lágrimas, a don Carlos Sáenz de Tejada y don Diego Salva, guardias civiles al servicio del orden y de la paz, de la justicia y de la concordia, muertos traidoramente por los hijos de puta cobardes que mantienen el negocio del terrorismo vasco.
Hijos de puta. Los que matan y los que ordenan las muertes. Hijos de puta los que celebran y los que cobijan las culminaciones sangrientas del terrorismo vasco, y escribo vasco porque así es, aunque a muchos, a mi principalmente, me hiera en el alma hacerlo. Hijos de puta los que piensan que los muertos y sus familias son equiparables a los asesinos y las suyas. Hijos de puta los que enaltecen a quienes han hecho de la vieja Euskalerría, la Euskal-Herría con «h» inventada de hoy. Hijos de puta los que, sabiendo dónde estaban y en qué lugares del País Vasco vivían tranquilos y sonrientes, nada hicieron para perseguir o detener a los asesinos. Al fin y al cabo, «no está bien luchar contra los nuestros». Hijos de puta los que usan de la Santa Cruz para establecer comparaciones y distribuir las culpas y los motivos equitativamente. Por supuesto que la Iglesia vasca está compuesta por centenares de sacerdotes ejemplares, pero también del mismo número de prelados, arciprestes, párrocos y fieles a los que llamar «hijos de puta» en su acepción de maldad no traspasa la frontera de la definición. Hijos de puta los que mantienen voluntariamente con su dinero a los asesinos, que no son otra cosa que trabajadores de una industria vasca dedicada al crimen, y muy rentable, por cierto. Hijos de puta los que se ofrecen a mediar en negociaciones insoportables para la dignidad de un Estado de Derecho. El cura irlandés ese, y el mamaraché argentino con su Premio Nobel, y la gorda asquerosa del pañuelo anudado a la cabeza que viaja en primera clase por todo el mundo sembrando el odio. Hijos de puta los gobernantes que toleran la presencia de los terroristas en sus países. Hijo de puta, con carácter retroactivo, pero siempre presente para los que tenemos memoria, Su Majestad Imperial Valerý Giscard D’Estaign, que abrió los brazos generosos de Francia a todos los criminales de la ETA, y a sus cómplices, y a sus instructores de destrucción y muerte. Y honor, inmenso honor, proclamado entre lágrimas, a don Carlos Sáenz de Tejada y don Diego Salva, guardias civiles al servicio del orden y de la paz, de la justicia y de la concordia, muertos traidoramente por los hijos de puta cobardes que mantienen el negocio del terrorismo vasco.
DIVORCIO CONSENSUADO
Divorcio vasco, con buen rollo.
¡Que alegría, que ilusión, hoy no me quito el camisón! y al mi "ex" le llamaré cabrón.
¡Que alegría, que ilusión, hoy no me quito el camisón! y al mi "ex" le llamaré cabrón.
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