EL HINOJOSO DEL MARQUESADO
Año 1752
A
mediados el siglo XVIII, el lugar de El Hinojoso del Marquesado era una pequeña
población, de ciento setenta y seis casas, de las cuales diez eran inhabitables
por el estado ruinoso en que se
encontraban. Sus ciento ochenta vecinos trabajaban en las más diversas
profesiones y oficios, asistidos por un médico, don Jerónimo Ramírez, a
quien los vecinos le pagan anualmente un
total de 1.800 reales de vellón en concepto de iguala; un cirujano, don
Francisco Collado que, por el mismo concepto, recibía al año 700 reales de
vellón, aunque parte del vecindario se
igualaba con el cirujano don Gregorio
Martínez Angulo, vecino de El Hinojoso de la Orden.
El
Clero estaba representado por el Cura párroco, don Diego Connil y Ángel; dos
Presbíteros, don Miguel de Perea y Lara, y don Diego Alfonso López Mena; un
Clérigo de Evangelio, don Juan Oliveros, y un Clérigo de Órdenes Menores, don
Alfonso Redondo.
Los
animales eran atendidos por un Albéitar, don Manuel Collado, vecino de El
Hinojoso de la Orden, que recibía anualmente en concepto de iguala diez fanegas
de trigo y 200 reales de vellón y un
maestro herrador que normalmente era el herrero del lugar.
El
resto, ejercía los más diversos oficios: había un esquilador; un maestro
alarife, un quinquillero, un zapatero de nuevo, un zapatero de viejo, cuatro
sastres, tres tejedores de lino y cordellete, dos cardadores de lana, un
carretero, un escribano de ayuntamiento, un abastecedor de carne, dos
molineros, cuarenta y dos arrieros, cincuenta jornaleros, bastantes labradores,
algunos pastores, un tendero que vendía aceite, saladuras y fruta; un
sacristán, Marcelino Muñoz, vecino del Hinojoso de la Orden, y veintidós pobres de solemnidad sin oficio ni ocupación conocida.
El
Común poseía las casas Capitulares con
sus graneros para el Pósito, institución municipal de origen muy antiguo
destinada a mantener acopio de granos, trigo mayormente, y prestarlos en
condiciones módicas a los labradores y vecinos durante los meses de menor
abundancia. También era propiedad del Común un cuarto que arrendaba como
carnicería, cuyo abastecedor tenía el pasto del montecillo, por el cual pagaba
al concejo cuatrocientos sesenta reales de vellón al año; un horno de pan
cocer, también arrendado, y un censo de 659 reales de vellón de principal a
favor de los herederos de don Francisco de Lara, que rentaba 19´5 reales de vellón al año.
La
extensión del término municipal del lugar era estimada en 7.773 almudes, de los
cuales, 1 almud era terreno de regadío destinado al cultivo de productos
hortícolas. El resto, (terreno de secano), lo formaban 391 almudes de tierra de primera y 1.458 de
segunda, destinados aposturas de cebolla
de azafrán y, sobre todo, al cultivo de cereales (trigo y cebada principalmente),
alternando con cultivo de leguminosas (garbanzos y titos), o dejando un año de
barbecho, o de “güeco” como solían decir;
2.580 almudes de tierras de tercera categoría destinadas a los mismos cultivos, azafrán y
cereales (trigo, centeno y avena en su mayoría), dejando un año de
barbecho; 2.463 almudes de tierra de cuarta categoría de los cuales,
1.800 eran de monte carrascal y pastos, 174 destinados al cultivo de trigo,
alternando con dos de barbecho, 223 de viñedo y 112 de plantaciones de olivo;
850 almudes de tierras de quinta categoría: 800
de terrenos yermos y baldíos, y 50 ocupados por caminos veredas y
barrancos.
Había dos molinos de viento harineros: uno
propiedad de Isabel Sánchez y de María Sánchez, vecinas de la villa de El Hinojoso
de la Orden, arrendado al molinero Juan de la Cruz; otro, propiedad de Diego de Atienza, y de don Pedro Lodares
(vecino de la dicha villa), y cuyo arrendatario era el molinero, José
Donaire.
La
aceituna recolectada era llevada a cualquiera de los cuatro molimos de aceite
que había en El Hinojoso de la Orden: “el de Lodares”, propiedad de María
Herrero Cruzado, vecina de El Hinojoso del Marquesado, situado en el lugar
denominado “las eras”, extramuros de la villa; “el de Perea”, propiedad de don
Tomás de Perea, vecino de la villa; “el de Palomino”, propiedad de Juan
Palomino; “el de Becerra”, ubicado en la
calle de los carros, cuyos propietarios eran don Ceferino Becerra, presbítero
de esta villa, y don Gregorio Ramírez, de órdenes de menores, de El Pedernoso,
a quienes le pertenecía por mitad, y tenían arrendado a Pedro Ruiz Castillo por
500 reales de vellón al año. Los cuatro molinos eran de una piedra y una viga
(prensa compuesta de un gran madero horizontal, articulado en uno de sus
extremos que se cargaba con pesos en el
otro para que bajando, guiado entre dos postes verticales, comprimiera la
aceituna molida).
La
apicultura estaba poco desarrollada como medio de vida. Sólo había en el
término del lugar diecinueve colmenas, propiedad del presbítero don Diego
Alphonso López Mena. Conchabando años buenos y malos, la producción media de
cada colmena, era una cuartilla de miel (unos 4 litros), y cuatro onzas de cera
(86,8 gr.), cuyo valor era de cuatro reales y medio de vellón.
La
población animal estaba constituida por diez borregos; trescientas setenta y
cinco ovejas; ocho moruecos; ocho machos primales de cabrío; setenta y dos
cerdos criados por los vecinos en sus casas; tres yeguas, tres caballos,
sesenta y seis mulos y doscientos ochenta y siete pollinos.
De
los cuarenta y dos arrieros que había, veinte eran dueños de treinta y cuatro
bestias mayores (mulos) y de ciento veintisiete bestias menores (pollinos); los
veintidós restantes poseían entre todos ciento veintiún asnos. De todos los
arrieros el mejor situado era Saturio de Moya, con cuatro mulos machos y nueve
asnos en sus cuadras, y los más pobres de todos ellos, Escolástico Izquierdo y
Francisco Izquierdo Saldaña que sólo poseían un asno cada uno.
Entrada original del colaborador D. José María Rubio Moya