En éstos impíos días que corren, la ignorancia acostumbra a verse de forma equivocadamente peyorativa, cuando en realidad prácticamente sólo tiene virtudes. Porque, queridos feligreses, ya iba siendo necesario éste sentido alegato en defensa de la ignorancia.
Es gracias a ella, que la mente humana carece del criterio necesario para distinguir lo absurdo de lo razonable, actuando de catalizador en la búsqueda de explicaciones mitológicas y místicas tanto para los fenómenos más cercanos como para las grandes dudas trascendentales. De ésta forma las respuestas más simples y absurdas resulten suficientes y reconfortantes para el ser humano.
Existe una relación inversa entre el grado de cultura de un pueblo y su religiosidad. Es la desmedida demanda que genera la incultura la responsable directa de la enorme proliferación de templos de las más diversas religiones así como de la práctica de todo tipo de rituales de magia negra y brujería, en las áreas del planeta con mayor analfabetismo. Dichos rituales mágicos acostumbran además a mezclarse de manera completamente indiscriminada con los religiosos gracias a la ausencia de las ataduras que produce la razón. Pese a que no es del agrado de Mi Iglesia tal hibridación de fenómenos místicos, es de comprender que tan fundamentados están unos como otros y que es prácticamente imposible separarlos sin menoscabar la credibilidad de ambos por igual. Es, por lo tanto, mucho más conveniente echar mano de la santa hipocresía, ignorar los aspectos negativos y limitarse intentar destilar la fe correcta gota a gota mediante el adoctrinamiento. Dicho adoctrinamiento es, además, indispensable en el lamentable caso de que la ignorancia haya sido usada ilegítimamente por otras confesiones religiosas fraudulentas. Podría pensarse que adoctrinar en el fondo es educar, con los incovenientes que ésto origina pero, ante todo, quiero dejar bien claro que la educación basada en adoctrinamiento religioso no es otra cosa que la consolidación y amurallamiento de la ignorancia. En el caso de los que adoran falsos dioses supone además su encauzamiento.
Con el avance de la cultura tanto la religión como el resto de prácticas supersticiosas van gradualmente dejando de ocupar tan significativo papel en el día a día. El hecho de que la fe no desaparezca completamente en los países más desarrollados tiene mucho que ver con la necesidad que tienen sus habitantes de creerse elegidos por mí y por lo tanto superiores, además de por la omnipresente visceral necesidad de mi existencia. En cualquier caso dichas necesidades sólo sirven por lo general para el mantenimiento de una religiosidad comparativamente mucho más atenuada, más desapasionada y menos absorbente que la existente allí donde predomina la ignorancia más absoluta.
Por otro lado, es completamente necesario, para la salvaguarda de la fe, el intentar frenar todo avance racionalista y del conocimiento. Aunque resulte indudable el que eso es cada vez más difícil, también lo es que afortunadamente el saber es prácticamente ilimitado y que siempre quedará algún oscuro reducto de ignorancia y de falta de explicaciones en el que refugiarse, y al que apelar obstinadamente en la defensa de las respuestas religiosas. Es completamente necesario recrearse y revolcarse en la ignorancia tan gozosamente como lo haría un puerco en el barro, para defender mi propia existencia sin albergar duda alguna, de igual forma que la del resto de fenómenos místicos, supersticiosos y para-anormales.
Otro aspecto que debe llenar de regocijo vuestros corazones es que la ignorancia genera oscurantismo y éste a su vez ignorancia en un proceso retroalimentado y constante de generación de fe.
Resulta maravilloso ver cómo la religiosidad arraiga poderosa en el inmejorable sustrato de la ignorancia, siendo indudablemente en ella donde crece más fuerte y vigorosa. Es, por lo tanto, un valioso don divino, sin la que la persona muy difícilmente pueda llegar a experimentar la más completa plenitud de la fe y sin la que nunca habría alcanzado su privilegiada situación de poder Mi Santa Iglesia.
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