BORJA MARÍA ZALLANA DE LOS ACEBOS
31/05/2009
Contra el aborto, violación
Sí, sí, lo han leído bien. Puede parecerles una exageración, pero no nos están dejando otro camino. España es el país del mundo, de todo el mundo, con el índice más bajo de natalidad.
Y no es porque en este país, otrora estandarte del catolicismo, nos hayamos convertido en ascetas del sexo, en absoluto, es más bien por todo lo contrario. En este país se folla, y perdonen ustedes tan grosera expresión, pero no hay otra para definir lo que parece que hacen en grado sumo la mayoría de nuestros conciudadanos; y se folla, de nuevo perdón, en toda hora y lugar, y con éste y aquella y el de más allá, sin ton ni son, sin sentido pero consentido, al menos en la
mayoría de los casos.
Pero pese a lo que se folla, y de nuevo mil perdones, cada vez nacen menos niños porque o se usa el preservativo, prohibido por la iglesia, o se toma la píldora, prohibida por la iglesia, o se aborta, más prohibido aún por la iglesia. Ante la debacle que supone la reducción extrema de la natalidad y que conlleva, como se habrán podido imaginar, menos bautizos, menos comuniones, menos niños en los colegios concertados de la Iglesia y menos matrimonios que celebrar, nuestra Santa madre Iglesia está teniendo que tomar medidas acordes con la gravedad de la situación. Una de ellas, polémica si quieren, pero no me negarán que efectiva, es la despenalización de la violación.
Lo proponía esta misma semana un editorial de la revista “Alfa y Omega”, financiada por la conferencia episcopal. No es que pidiera literalmente convertir la violación en una suerte de nueva fiesta nacional, pero sí se preguntaba qué sentido tenía seguir manteniéndola como delito, en un país como el nuestro en el que una buena parte de la población mantiene relaciones sexuales (me ha dicho el corrector que mejor no repito la palabra anterior, aunque yo sigo pensando que lo que hacen es follar) por simple placer y en muchísimos casos fuera del sagrado matrimonio.
En una sociedad, réplica casi exacta de Sodoma y Gomorra, en la que la única ley que prima es la del libertinaje, resulta hipócrita condenar a alguien por tomarse la libertad de no contar con la aprobación de otro para usarlo sexualmente. Un otro, que seguramente no ha tenido el mínimo reparo en mantener relaciones sexuales (follar) con vete tú a saber cuántas otras personas y de qué diversas maneras.
La ventaja de la violación sobre las relaciones consentidas, a efecto de incremento de la natalidad, es evidente. En el caso de las relaciones consentidas los interfectos, por no llamarlos como se merecen, suelen utilizar métodos anticonceptivos , recuerdo que todos ellos prohibidos por la Iglesia, pero no suele ser así en el caso de violación, con lo que las posibilidades de embarazo aumentan considerablemente.
Si a eso le unimos una buena campaña contra el aborto, como la que hemos iniciado, por narices han de nacer más niños. Niños que, ustedes dirán, padecerán una dura infancia al no haber sido deseados y quizá criados por mujeres adolescentes (las más fácilmente violables), pues sí, puede que sea así, pero ahí entra de nuevo la Iglesia en una de las misiones en las que más se ha prodigado desde su nacimiento y, sin duda, en la que se encuentra más cómoda: el cuidado y adoctrinamiento de los frutos del descarrío. A estos niños, como ha ocurrido a lo largo de la historia, no les ha de faltar nunca ni la proximidad ni el cariño de un sacerdote. ¡Quién sabe cuantos de esos niños serán en su adultez nuevos sacerdotes o proveedores de más niños!
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