CARLOS CARNICERO
25/02/2009
El Zumbido
En realidad, la petición que Ana Botella le hizo a Mariano Rajoy de defensa para la época de su marido es absolutamente razonable. Lo es desde el punto de vista de madre, esposa y suegra. Porque lo que se está investigando desde la Audiencia Nacional, es el vestigio de corrupción de una época cuyo estandarte fue la boda de El Escorial. Y sus ejecutores los protegidos más cercanos del ex presidente Aznar.
Tanto chaqué que no era de alquiler, sino de sastre de la calle Serrano, y quienes lo llevaban han seguido gastando como si la maquina de hacer dinero no fuera nunca a salir a la superficie. Y la investigación sobre la corrupción, si se culmina con talento, puede ser, además, el rastrillo que acabe con la filosofía neoliberal que pretende eternizar José María Aznar frente a los vientos de la historia.
Mariano Rajoy, o quien le sustituya, tiene por delante la única ocasión de regenerar al Partido Popular para convertirlo en un partido europeo, moderno, aconfesional, de centro e integrador, capaz de ser alternativa. Y el instrumento que el destino le ha puesto en el camino es una inmensa bolsa de corrupción que anida fundamentalmente en los nichos del partido que más se identifican con el aznarismo: la Comunidad de Madrid, con Esperanza Aguirre a la cabeza, y el País Valenciano, en donde todas las familias políticas del PP, enfrentadas entre sí, han nadado en la impunidad económica durante muchos años de hegemonía política, primero con Eduardo Zaplana y ahora con el presidente Camps.
Pero además, suponiendo que Mariano Fernández Bermejo, con sus infinitas torpezas, haya sido la pieza codiciada que ha terminado por cazar el líder del PP, el asunto debiera ser reversible: si ha dimitido el ministro por no guardar apariencias de imparcialidad, la obligación de Rajoy es hacer dimitir hasta el último implicado. Y si no se da cuenta, la comparación entre la ética socialista y la del Partido Popular será su tumba.
Y eso, en vez de ser una desagradable obligación, debiera constituirse en su mejor arma de futuro.
Pero para todo eso se tienen que dar por lo menos tres condiciones. Primera, que el líder del PP tenga el coraje y el carácter para hacerse con las riendas del partido. En segundo lugar, que él y nadie de su entorno tengan nada que ocultar. Y, por último, estar dispuesto a soportar el hedor que puede haber en el fondo de la cloaca como condición de que las sentinas queden limpias para siempre.
Carlos Carnicero es periodista y analista político
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