Javier Barraycoa desmonta en «Historias ocultadas del nacionalismo catalán» los mitos recurrentes del nacionalismo catalán y recopila las historias silenciadas que los independentistas prefieren ocultar.
El catalanismo, con apenas un siglo de historia, pretende encarnar el alma de una Cataluña casi milenaria, reconfigurando no sólo la historia de Cataluña, sino la del propio catalanismo». Lo escribe el investigador barcelonés Javier Barraycoa en la introducción de su libro «Historias ocultadas del nacionalismo catalán», en el que desmonta los mitos con los que se ha construido un relato para justificar su pretensión de iniciar, como declaró en la celebración de la Diada Artur Mas, presidente de la Generalitat, su «transición nacional catalana» y convertirse en un país al margen de España. Estos son algunos de los aspectos históricos y sociales que Barraycoa aclara:
UN CATALANISMO, CON ESPAÑA DE «NACIÓN», ALEJADO DE LA SOCIEDAD
En los primeros capítulos de su libro, Barraycoa recuerda que «por lo común, para cualquier republicano federal catalán del siglo XIX, siempre regía el lema: “Cataluña es la Patria y España la Nación”». Y prosigue: «Un catalán en la onda del federalismo, Juan Illas Vidal, [...] en su obra titulada “Cuestiones catalanas, Cataluña en España” (1855), propone: “La unidad nacional es un sentimiento político fundamental común a todos y vivo en cada uno: formadlo si no existe, y no temáis el provincialismo”».
Además, Barraycoa afirma que «los primeros catalanistas reconocían que el catalanismo era algo alejado de la realidad social de Cataluña». Así lo explica: «Otro fenómeno psicológico y sintomático del catalanismo es que, nada más emerger, adoptó la conciencia de estar en crisis. Uno de los personajes más curiosos y olvidados de los primeros años del catalanismo fue José Pella Forgas. [...] En 1906 escribía una obra hoy poco conocida y titulada “La crisi del catalanisme”. Uno de los puntos de interés de este libro es constatar cómo los primeros catalanistas eran conscientes de que el catalanismo surgía como algo alejado de la realidad social de Cataluña. [...]
La crítica estaba dirigida a todos aquellos que volcaban sus energías en redescubrir la cultura catalana pero que no tenían la más mínima intención de proyectarla políticamente. Sospechaba que así nadie les seguiría. Un poeta catalanista, Joaquín Folguera Poal, ...] se quejaba: “La falta de conciencia nacional es uno de nuestros ridículos. En la esfera de los intelectuales tampoco hay mucha dignidad de raza. Mucho ruido y pocas nueces. Mucha ferralla literaria y poca consistencia política”. Los primeros catalanistas no entendían por qué la mayoría de catalanes no eran catalanistas y por qué les costaba tanto despertar en ellos la conciencia nacional».
EL CATALÁN, UNA LENGUA HABLADA DURANTE EL FRANQUISMO
«Poco a poco, los nacionalistas más radicales han conseguido introducir la expresión “genocidio cultural” para describir la situación del catalán durante el franquismo», sostiene Barraycoa. A lo largo de varios capítulos, recopila obras de teatro, poesía, certámenes, premios y editoriales escritos en catalán durante el franquismo. Contra los argumentos de ese nacionalismo más exacerbado, escribe:
«Un libro ecuánime, escrito en catalán, que no revela un resentimiento especial hacia el franquismo, es el de Albert Branchadell titulado “L’aventura del català”. El autor reconoce que el franquismo no puso en peligro la literatura catalana y que aunque hubo represión, “lo que sí es cierto es que las dificultades del catalán durante el franquismo fueron de más a menos: la política lingüística del régimen se fue relajando con el paso del tiempo, paralelamente a su liberación en general. [...] Si uno piensa lo que pasó con el catalán, no se diferencia mucho de la situación del castellano en la actual Cataluña», critica Barraycoa.
«Intentando sintetizar esos primeros años, cosa harto imposible, se podría decir que hubo un primer momento de presión contra el uso escrito del catalán. Sin embargo, la mayor parte de los conflictos vino, curiosamente, a causa de su uso por eclesiásticos en sus homilías o en pequeñas publicaciones parroquiales. Durante algunas celebraciones litúrgicas, a las que asistía alguna autoridad militar, si el sacerdote se dirigía a los fieles en catalán, entonces se liaba. Fuera de estos ámbitos, los conflictos fueron muy reducidos. A los pocos años de acabada la guerra, se reemprendían las publicaciones en catalán. En diciembre de 1946 se autorizó el primer concierto público de l’Orfeó Català. Ese mismo año, el Institut d’Estudis Catalans (foco cultural del catalanismo) iniciaba sus publicaciones en catalán. [...] Incluso se produjeron intentos del Régimen para lanzar publicaciones literarias en catalán, pero los catalanistas se negaron a participar».
COMPANYS Y MACIÀ, DOS MITOS DEL NACIONALISMO MUY ESPAÑOLISTAS
«Macià [uno de los iniciadores de ERC] pasó de ser un apasionado españolista, a un apasionado nacionalista», escribe Barraycoa. A Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la Guerra Civil, le define como «hiperespañolista» que «buena parte de su vida no fue catalanista, las circunstancias le arrimaron al catalanismo y la historia lo convirtió en un mártir del independentismo». De él narra lo siguiente: «Otro caso de evolución política más que significativo es el del ahora tan venerado Lluís Companys. Por aquella época, uno de los corresponsales en Cataluña del ABC era Juan Pujol. Era amigo de Companys mucho antes de que alcanzara la presidencia de la Generalitat y recuerda que nunca —de joven— se le conoció la más mínima afición catalanista».
En cuanto a Macià, «un coronel del Ejército español, monárquico empedernido» que «llega a transformarse en el líder e icono del separatismo catalán», reproduce la evolución de sus proclamas, recogidas en el Diario de sesiones del Congreso de los Diputados. En 1907 hablaba de una «España grande y noble» y aseguraba que «Cataluña no es separatista ni quiere serlo». En 1918, el mensaje variaba: «Solamente os digo que nosotros queremos formar una nacionalidad catalana libre e independiente». En 1923, se radicalizaba: «El dilema es el siguiente: o nosotros continuamos bajo la opresión del Estado opresor, del Estado centralista, en una esclavitud moral, peor cien veces que la material, o vamos a la violencia».
GUERRA DE SUCESIÓN Y LOS MOSSOS D'ESCUADRA COMO «BOTIFLERS»
Barraycoa apunta que «la Guerra de Sucesión se interpreta desde los ámbitos del nacionalismo como una guerra de Castilla contra Cataluña donde algunos catalanes, los “botiflers” —uno de los peores insultos políticos que uno puede recibir en Cataluña—, traicionaron a Cataluña. En ningún momento los nacionalistas reconocen que fue una guerra de disputa dinástica, donde los catalanes, al igual que los castellanos, lucharon por el Rey de España». Sin embargo, el autor aclara que «si bien, indudablemente, buena parte de Cataluña se posicionó con el Archiduque Carlos, también muchos catalanes estaban a favor de Felipe V y hubieron de sufrir una persecución atroz por parte de otros catalanes».
Otro de los epígrafes de esta nueva publicación remite al origen «botifler» de los Mossos d' Escuadra, la policía autonómica de Cataluña: «Este cuerpo policial pretende ser una continuación de los antiguos Mossos, cuya historia conviene recordar. El fundador de los Mossos d’Escuadra fue Pedro Antonio Veciana, un felipista no muy destacado pero que consiguió hacer una pequeña fortuna pertrechando al ejército de Felipe V. ...] El cuerpo de los Mossos fue suprimido en 1868, y no por un madrileño, sino por un catalán: el General Prim. La excusa fue económica. [...] Pero detrás se escondía otro motivo: el carácter monárquico de los Mossos, que los convertían en sospechosos conspiradores monárquicos tras la caída de Isabel II».
LA ZARZUELA, ÉXITO EN BARCELONA
Barraycoa alude a la obra «La cultura del catalanismo», en la que Joan-Lluís Marfany «realiza una recopilación de datos sobre la enorme difusión que tuvo la zarzuela en Cataluña a finales del XIX». En ella concluye: «Era el espectáculo preferido de la mayoría de catalanes». Así describe la situación en uno de sus capítulos: «Hubo una época, entre los años veinte y treinta, en que las zarzuelas se estrenaban antes en Barcelona que en Madrid, como es el caso de las composiciones de Sorozábal “Katiuska” o “La tabernera del puerto”. [...] Sin embargo, hoy es prácticamente imposible asistir a una representación del género chico en la ciudad condal. Ahora bien, si uno quiere asistir a obras de teatro en catalán subvencionadas y de lo más extravagantes, no encontrará problema».